Hay un Yoga vivido desde lo humano; un yoga que vive en el corazón y se despliega en lo cotidiano, en el mundo de las formas, entre los problemas y el dolor que nos trae la vida. Es el Yoga que representamos en los altares, en los símbolos que nos acompañan, en las relaciones y los pensamientos que nos atormentan y nos revelan como seres humanos.
Para una Profesora de Yoga, el Yoga de lo humano se vive en las instrucciones y en las consignas que ofrece en sus clases mientras atiende a las peculiaridades de las personas llamadas alumnos/as. Es también el Yoga que vive en las dificultades, en la timidez y en el no saber. Es aquel que nos acerca a los demás y nos lleva a compartir aquello que creemos que puede hacer el bien o servir de alguna forma a los que nos rodean. Esta vivencia del acompañamiento consciente, es el Yoga que despliega lo humano en su hermosa evolución como camino de servicio. Es al mismo tiempo el anhelo profundo de vivir en armonía, una armonía que solo es posible en el acto de dar y recibir, las dos caras del Todo. Así, la armonía o el equilibrio que nacen de esta fuente de lo separado, de la fragmentación real que vivimos en nuestro día a día, del sufrimiento constante y de las injusticias, del agotamiento y la necesidad de ser atendidos/as y amados/as, nos proporciona el reconocimiento de unidad, primero en uno mismo, después en las dinámicas con los demás seres. La vivencia de Unidad, del Yoga, del Todo, no podría venir de ninguna otra fuente nada más que de nuestras vidas salvajemente humanas.
Es esta actitud de ofrecer nuestra presencia a la vida lo que hace que cualquier situación humana sea sagrada. Es todo lo mundano plenamente conectado con la esencia, lo que nos entrega sin más a la vivencia del Todo.
Eso que llamamos “centro”; eso que nombramos como estar alineados con el centro o vivir en sintonía con nuestro centro no es nada más que la vuelta al eje primordial, un eje que gira continuamente despertando los huracanes en los que nos envuelve la vida, el mismo eje que nos devuelve al sentimiento de que todo forma parte del Todo, incluyendo lo que somos del lado de lo roto y del desequilibrio. Es esta manera de estar presentes en lo que somos lo que nos hace seres humanos y divinos al mismo tiempo. Humano y divino son Uno.
El Yoga debería servirnos para tal reconexión y reconocimiento existencial y central puesto que el Yoga genuino no es una búsqueda que nos distancia de la vida que atendemos, sino más bien un encuentro con el misterio de la realidad que se nos presenta; una vía que nos da pistas sobre cómo soltar y prescindir de las constantes justificaciones que nos hacemos para explicarlo todo. En este sentido, el Yoga se vuelve transformador y reintegrador.
No podemos vivir solos. La vivencia de la diversidad nos devuelve a lo terrenal. Es imposible sobrevivir sin la compañía de los demás; sin interactuar con los demás; sin sentir la mano de los demás. Aunque dediquemos toda una vida al cuidado aislado del propio cuerpo, de la propia mente y del propio espíritu buscando una salvación individual y desconectada del resto de los seres, aún así, todos nuestros movimientos interiores y exteriores repercutirían en la desconexión con nuestra esencia humana. Es un viaje lleno de tormentas. Pero son las tormentas que nos acercan a lo indispensable.
Así, es indispensable que el Yoga se viva también con la intención consciente de revertir hacia fuera aquello que, desde esta perspectiva, avanza y evoluciona dentro de uno mismo. Sin los demás no somos nada. Me digo muchas veces que una profesora de Yoga debe saber y atender a esta llamada con sincero amor. Prepararse y ser consciente de la responsabilidad que la vida le otorga como ser social y como participante de lo humano. Todo lo que nos rodea está afectado por lo humano.
El siglo XXI es una época en la historia de la humanidad cargada de esperanza.
A pesar de los catastrofismos y la negatividad que muchos anuncian, nunca ha existido tanta apertura, tanto cambio en todas las esferas de la sociedad, tanto interés por generar atención, tantos avances en cualquier terreno. Tanta claridad en relación al camino del Yoga, porque, justo de la confusión surge una conexión sin precedentes, de decenas de miles de personas, con lo esencial. Claro que el ser humano vive con sus miserias humanas a cuestas, con sus sufrimientos y los corazones rotos. Implicarse en lo profundamente humano es inclinarse ante el altar del reconocimiento existencial de Unidad.
Podemos sentir dentro de nosotros/as que poder afianzar un sereno cuidado del yo, sin tener que luchar por prescindir de ese yo o anularlo, puede ofrecernos un reconocimiento sagrado de lo que somos y de quienes somos, algo que solo puede conducir al sentimiento hondo de Unidad. Vivir plenamente la vida, en lo humano, es para mí el Yoga más elevado.
MAYTE CRIADO
Fundadora de la
ESCUELA INTERNACIONAL DE YOGA