La naturaleza es sorprendente, nunca deja de maravillarme su capacidad para dormirse en el invierno y renacer en la primavera, despertando fuerzas que solo ella sabe de dónde vienen. Los que observamos desde “afuera”, podemos creer que un árbol que ha perdido todas sus hojas, cuya corteza se ve seca y con ramas frágiles está muerto, hasta que de repente empiezan a salir pequeños brotes verdes y el ciclo de la vida vuelve a comenzar para demostrarnos la fuerza poderosa que produce la adaptación “dentro” a las condiciones de “afuera”.
Esta es la historia de la relación con un árbol especial, que capturó mi atención un otoño en Madrid por su belleza y que luego me ha dado muchas lecciones para compartir: un hermoso Gingko Biloba que suele acompañarme en mis meditaciones en el parque…
Ya es sorprendente que esta especie de árbol sea la única que sobrevivió a la bomba de Hiroshima y que tenga muchas propiedades medicinales vinculadas a la circulación y el Sistema Nervioso, pero no es lo único curioso. Su especie posee árboles hembras y machos, que además se distinguen por la forma de las semillas, detalle que no es frecuente en la naturaleza. Sentada a su sombra encontré los pequeños frutos en el piso que llamaron mi atención, parecidos a ciruelas y con un olor desagradable; después descubrí que la misma naturaleza se encarga de que esa fruta sea el mejor abono para que germinen las semillas, cuya cáscara dura se ablanda después de pasar el invierno dentro del suelo pudriéndose con la humedad y la temperatura que se genera bajo la capa superficial de la tierra. La pulpa, la tierra alrededor y la protección de la madre árbol constituyen el útero perfecto para que las pequeñas semillas despierten su potencial durante los meses del invierno, de manera que al llegar la primavera ya se pueden ver pequeños brotes de raíces profundizando dentro de la tierra.
La estación avanza, y al llegar el verano ya los tallos emergen del suelo con valientes hojas diminutas, unos más grandes que otros y algunos creciendo alejados de la mamá árbol, lo que les permite tener probablemente una mejor nutrición. No todas las semillas prosperan por igual, no todas las condiciones de agua, luz, y alimentación son iguales, y mamá Gingko con su ejemplo me hace reflexionar sobre la maternidad/paternidad y los “hijos” que traemos al mundo.
Somos producto de muchas generaciones de humanos que nacieron y crecieron con condiciones diferentes en “el terreno” de la vida. Muchos de nuestros antepasados tuvieron que pasar por guerras, hambrunas, conquistas, inmigraciones, enfermedades, largos inviernos y seguramente heridas emocionales que les llevaron a desarrollar la capacidad de adaptación a las circunstancias externas, produciendo hombres y mujeres con una “dura corteza” exterior que les permitiera sobrevivir y pasar la fuerza de la vida a “sus propias semillas”.
Y aquí estamos nosotros, todos diferentes a pesar de provenir de un mismo árbol, cada uno con las características interiores y exteriores que nos hacen únicos e irrepetibles. Es probable que como seres humanos actuales, en otra etapa de la conciencia, ya no necesitemos de la “corteza dura” de los antepasados, y precisemos más bien de dejarnos ablandar con un poco de agua, abono y el calor de la Madre para despertar en nosotros un potencial y una fuerza diferentes. Esos elementos alquímicos provienen del estudio, el conocimiento, la meditación, la oración, el “darse cuenta”, el servicio desinteresado, en resumen, de la Consciencia.
Todos poseemos la capacidad de “ser semillas” para futuras generaciones, aunque no todos tengamos la capacidad de engendrar hijos, pues la vida no solamente se pasa a través del parto ni la siembra tiene que ver únicamente con ser padres.
Mamá Gingko es sabia, resiliente, generosa. De todas las miles de semillas que produce cada año, ¿Cuántas se podrán convertir en árboles que produzcan oxígeno y medicinas? Ella solo hace su mejor esfuerzo por producirlas. Da lo mejor de sí para contribuir a esa maravilla que es la Madre Naturaleza y cumple con su parte año tras año, estación tras estación. En otros lugares hay sembrados muchos Gingkos machos, árboles medicina cuyas funciones serán igualmente valiosas aunque diferentes.
Somos hombres y mujeres Sembradores de Semillas en cada acción, cada palabra, cada producto de nuestro pensamiento y nuestro quehacer que lanzamos al mundo exterior, y aunque no todas llegarán a suelo fértil o tendrán las condiciones para prosperar, se hace imprescindible que tomemos la responsabilidad por lo que producimos, porque nuestras semillas se pueden transformar en árboles, y éstos en nuevas semillas, y la cadena continúa produciendo a una humanidad que cada vez tiene una crisis de sentido más profunda y una enorme necesidad de que todos cambiemos la calidad de lo que aportamos.
Son Semillas no sólo nuestros hijos, sino también nuestras actitudes de inclusión o exclusión, nuestra responsabilidad por los errores cometidos, nuestra capacidad de cambiar dentro de nosotros mismos todo aquello que no sea producto de la conciencia, los valores, el amor, y sobre todo, son semillas imprescindibles las acciones correctas para ayudar a otros a ser productores de buenas semillas.
Hemos recibido en nuestro ADN y en nuestra conciencia un paquete de creencias que necesitamos mirar, escoger, actualizar, porque la fuerza bruta que sirvió para establecer una cultura en condiciones difíciles ya en este mundo de hoy en día es obsoleta. Es imprescindible restablecer el equilibrio entre hombres y mujeres y mirarnos mutuamente con respeto, valorando lo que cada uno puede aportar para que esta civilización pueda evolucionar hacia un estado de conciencia más elevado, y no se destruya en medio de la guerra egoísta de unos pocos que todavía mantienen costumbres de la época de las cavernas.
Dentro de cada una de nuestras células están las memorias de lo bueno y lo malo, de lo que tuvo que suceder para que la vida llegara hasta nosotros en un fractal infinito, y por suerte poseemos la maravillosa capacidad de hacerlo consciente para poder elegir qué queremos seguir pasando a las futuras generaciones.
La lección más importante de Mamá Gingko es que siempre hace su mejor esfuerzo para lanzar las semillas lejos, esperando que la vida continúe y que prospere todo lo bueno que tiene para dar al mundo con cada una de ellas.
Es mi deseo que cada uno de nosotros haga lo mismo, y cumplamos nuestra parte con inmensa gratitud hacia la vida que nos llegó desde lejos.
Marcela Salazar González