El hilo de nuestra vida se ancla en el centro de nuestro ser, por eso es allí donde se encuentra nuestro corazón, en el centro, como un Sol en su sistema, lleno de voluntad y poder, infatigable, irradiando su calor hasta los confines de su sistema a través de los rayos de la red vascular. El corazón dirige la sinfonía de la vida, actúa como emperador del organismo y el resto de órganos como sus súbditos, incluyendo el cerebro, bailan al ritmo de su canción.
Si estudiamos el abrazo entre corazón y cerebro, embriológicamente el corazón vino primero. Hacia el día 20 de gestación, en el embrión de apenas unos cuantos milímetros, en unas pocas horas, un pequeño acúmulo de células capta el ritmo del latido materno, comienza a batir al unísono y establece el que será el ritmo de nuestra vida, que resonará ya sin parar hasta el mismo momento de nuestra muerte. Haciendo números, tu corazón late más de cien mil veces al día; impulsa unos 7 litros de sangre por minuto, o sea más de 400 litros por hora, y lanza su potencia sobre una red vascular de miles de kilómetros. Su fuerza eléctrica es 60 veces más poderosa que la del cerebro, su potencia magnética puede medirse a más de cinco metros de ti y es cinco mil veces mayor que el órgano que le sigue a continuación, el cerebro. Ello hace del corazón el oscilador maestro del organismo, tal y como se han encargado de demostrar los investigadores del Hearth Math Institute, estudiando su efecto armonizador sobre el tallo cerebral y el resto de órganos del cuerpo.
Hoy sabemos que es posible registrar el electrocardiograma de una persona en el encefalograma de otra cuando ambas están en cercanía y sobre todo si se encuentran en contacto físico. También que el estado emocional de la persona se refleja en el campo electromagnético generado por el corazón. Y experimentalmente se ha demostrado que los campos de muy baja frecuencia similares al campo electromagnético cardiaco, son capaces de afectar los tejidos vivos en condiciones de laboratorio, de cambiar la estructura molecular del agua o de producir cambios conformacionales en el ADN. Es decir, que estos campos son detectables por los sistemas biológicos a nivel celular, y que tanto la proximidad como el contacto físico juegan un importante papel a la hora de facilitar el intercambio de energía, como ocurre al darnos la mano, compartir un abrazo o recibir un masaje.
Así es que una auténtica maravilla ocurre cuando un corazón se sitúa junto a otro y ambos sintonizan y acaban latiendo a la vez. Por eso el corazón del abuelo ordena el patrón rítmico del nieto, o la madre el de su hijo, o la pareja de enamorados tiende al unísono. Y si se trata de varios corazones juntos también llegarán a compartir el ritmo, como le pasa a los músicos de una orquesta o al grupo de familiares o amigos compartiendo la mesa. La sincronización entre corazones nos habla de su poder de adaptación y de resonancia con el ritmo más armónico, lo que establece las bases de la relación del terapeuta con su paciente. Igual que las emociones de los demás nos afectan a nosotros mismos, nuestras emociones tienen la capacidad de contagiar a aquellos que se encuentran en nuestra cercanía. Muchas técnicas de sanación se basan en un intercambio intencional de energía de algún tipo entre las personas. El corazón es el principal candidato como fuente de esa energía electromagnética.
El corazón gobierna el flujo de energía de todo el organismo, es el emperador del cuerpo humano y todos los órganos son sus subordinados. Su energía se refleja en el brillo de los ojos y en el calor de las caricias y su actividad influye sobre el tallo cerebral y los automatismos vitales, el sistema límbico y sus emociones, el sistema inmune y su función defensiva o la capacidad de aprendizaje y de memoria. Pero por lo mismo, la alteración de su ritmo coherente produce numerosos cambios en el organismo, incluyendo un importante deterioro de la capacidad cognitiva o un incremento del riesgo de demencia y enfermedad de Alzheimer y existe una asociación bien documentada entre desórdenes afectivos como la ansiedad o la depresión y la enfermedad cardiovascular.
El corazón dispone de unas 50.000 neuronas que envían más señales al cerebro que el cerebro al corazón. Esas señales tienen un efecto significativo sobre el funcionamiento cerebral, afectando la atención, la percepción, la memoria y la capacidad de resolución de problemas. Diferentes patrones de actividad cardiaca tienen distintos efectos sobre la función emocional y cognitiva cerebral. Durante el estrés y las emociones negativas el patrón del ritmo cardiaco se desordena. Entonces su señal sobre el cerebro limita la capacidad de pensar con claridad, recordar, aprender, razonar y tomar decisiones, propiciando en cambio los actos impulsivos e imprudentes que se toman bajo el efecto del estrés o de la agresividad. Los patrones estables y coherentes facilitan la función cognitiva y refuerzan los sentimientos positivos y la estabilidad emocional. Es decir, que el patrón de ritmo cardiaco no solo produce beneficios sobre el funcionamiento de los órganos y sistemas biológicos, sino que además afecta la percepción, el pensamiento, el sentimiento y la función mental.
Y ya vamos intuyendo como se construye la red de comunicación que une cuerpo, emoción, mente y espíritu. Realmente la consciencia emerge de la función conjunta de cerebro y corazón. Pero el corazón tiene su pequeño propio cerebro, y es un órgano sensorial y un sofisticado centro de recepción y procesamiento de información. El pequeño cerebro local del corazón le confiere capacidad de aprendizaje, memoria y toma de decisiones de forma independiente del córtex cerebral. El patrón de información propio de cada estado emocional es comunicado a cada célula del cuerpo a través del campo electromagnético cardiaco, que actúa como una onda portadora de información. In-formar es dar forma a la actividad y la función de todos los órganos del cuerpo. Y las ondas de energía portan patrones de organización de forma y función, de salud y enfermedad, de pensamiento y emoción, y todo ello empaquetado en una sola onda: la onda bioenergética y amorosa que parte de cada latido del corazón.
Y estamos ya preparados para desgranar los detalles de la coherencia cardiaca, la coherencia mental y la coherencia vital. Preparados para comprobar entonces que nos encontramos en el borde de un precipicio donde se acaba el terreno conocido de la materia y la percepción. Preparados, en fin, para aceptar la invitación que nos empuja suavemente a saltar hacia un vacío solo habitado por esas ondas sutiles de vibración y energía, a volar desde la materia densa a la energía vibrante e inasible de la onda transparente de la información… y la todavía más translúcida y emergente onda de la consciencia.