CARTAS AL CORONAVIRUS
22 de Marzo 2020
Carta 5
Querido virus,
Hoy ha sido un duro día. Tal vez y, a pesar de que a veces sólo veamos horrorizados los efectos, hayas sido, amigo virus, el instrumento empleado por la Madre Naturaleza, para decirnos ¡¡¡basta ya¡¡¡…como un desgarrador lamento. Reconozco que a pesar de todos sus llamados a través de tsunamis, huracanes, tormentas o glaciares derretidos, no nos dimos nunca por aludidos. Ni siquiera escuchamos a los científicos, a los artistas, a los ecologistas y a los místicos, que lo habían advertido, y nos atrevimos a cruzar el límite prohibido, cerrando ojos y oídos a las más contundentes evidencias.
Convertimos en verdades las mentiras y asumimos, en la llamada postverdad, un modo de afirmar la separación y el egoísmo. Pero no es este el momento para juzgarnos o culparnos por jugar a los dioses, sin saber lo que hacíamos. Una inteligencia, tan brillante como exenta de amor, nos iba conduciendo por los laberintos de la corrupción, al fracaso mismo de nuestra propia civilización.
Imagino Covid, que has asumido la vocería de las innumerables formas de vida, sacrificadas en este carnaval de oscuridad, y que vienes a despertarnos a la genuina responsabilidad, esa nota que demarca el nacimiento del verdadero ser humano. Así, querido amigo, que hoy no podemos menos que escuchar los siglos de dolor acumulado, para que asumamos en este renacer, que sólo la responsabilidad, nos podrá llevar a la liberación del Ser.
Querido Virus, siií, ya sé que tu no escuchas, pero a través de ti me he dirigido a ese Gran Misterio en el que tenemos la vida, el movimiento y el ser.
Escuchando el silencio, he intentado comprender amigo, el mensaje que has traído a nuestra especie, con todas sus etnias y culturas sin distingo.
Conmovido, en medio de este profundo dolor de humanidad, siento que una Voz codificada en el símbolo de un humilde virus, ha pretendido que nos escucháramos a nosotros mismos. Y de ese modo, al escucharnos, escuchar al amor total de esa naturaleza, de la que por tantos siglos habíamos nacido, la misma madre, que por nuestra falta de conciencia, destruimos.
Ahora, en este proceso de atención intensa, desde la profundidad de los segundos, quizás podamos ir más allá del instinto de supervivencia, para escuchar el mensaje oculto detrás de la pandemia. Cuando salgamos, por fin, de esta larga y dolorosa noche de la ignorancia, podremos juntos, revelar lo que hace tanto tiempo nos quería decir la voz de la conciencia colectiva. Como si me lo susurraran sus palabras, intuyo que habíamos confundido el ser con el placer, el poder y los sentidos, dejando de dar la nota, que como humanidad nos correspondía en la sinfonía de la vida.
Tengo hoy, amigo, la profunda sensación de estar participando en un trabajo de parto colectivo. Trato de comprender el mensaje de Pablo, cuando dijo: “la tierra toda gime con dolores de parto”. Talvez sea ahora, la hora de cantar todos al unísono con el gran Neruda: ¡Sube a nacer conmigo hermano!
Ya no necesito hablarte a ti. Has sido el interlocutor figurado para tratar de dirigirme a todos sin herir a ninguno. No sé si lo habré logrado, pero la intención ha sido que todos, ¡todos!, podamos asumir lo que no nos da más tiempo. Estamos coronando, en medio de los dolores del período expulsivo, y no tenemos ahora tiempo de vacilar, de devolvernos o aplazar el inminente nacimiento. Nacer o morir es la disyuntiva. Ahora necesitamos todos, plenitud de atención, conciencia plena, manos firmes en el timón y serenidad a toda prueba, para vencer el pánico y orientar a favor de toda la tierra, el poder de esta corriente transmutadora. Apuntemos las velas del alma en la dirección de la vida.
Comprendamos, que no hay nadie allí arriba que pueda estar jugando a los dados con la vida. No vamos a la deriva, estamos ahora naciendo todos a una nueva vida. Que no se pierda tu dolor, que puedas aportar con lo más noble y puro de tu corazón, lo mejor de tu intención, de tu conciencia presente, de tu fe y tu oración, de tu confianza y tu esperanza. De tu meditación.
Invitémonos todos a emerger con la emergencia, para nacer a la plenitud de la conciencia. Unámonos desde el altruismo, para que en este proceso de nacer al presente, la vida sea como una cascada de agua pura, que se renueva permanentemente. Invitémonos a aprender la lección inevitable que se aprende al experimentar, durante el trabajo de parto, la íntima proximidad de la vida y de la muerte.
Enjuguemos las lágrimas del dolor que, al fin de cuentas, en la escuela de la vida todas las lecciones son lecciones del amor. Aportemos, ¡de todo corazón¡ lo mejor de nosotros, para que juntos, ¡juntos!, revelemos en esta emergencia colectiva, que el amor por todos y por todo es como el agua abundante de la vida.
Jorge Carvajal Posada