2. Relación
La religión de la vida se llama relación. Esa relación nos lleva a la comunicación, y, el objetivo de la comunicación es comunión. Cuando la comunicación va hasta la comunión, yo me identifico contigo, estoy en tus zapatos, soy parte de ti. Cuando eso ocurre, mi punto de vista también es el tuyo, y, a mis 50 años, puedo tener el punto de vista del niño de dos años, el punto de vista del guerrillero, y el punto de vista del gobierno, y así construyo un contexto. El dolor se convierte en miedo por nuestro fundamentalismo, porque hicimos de nuestra religión una etiqueta.
Vivimos de una manera condicionada porque hemos permitido que nos manipulen, en una sociedad de consumo que ya no hace artículos para consumidores, sino consumidores para artículos. Hace mujeres para cirugía, mujeres para el vestido, mujeres para la apariencia, mujeres para el mercado, profesionales para el mercado. ¿Cuándo vamos a hacer una sociedad para nosotros? ¿Cuándo vamos a rescatar esa sociedad viva para volver a tener el placer de ser, y de vivir, de una manera auténtica? La autenticidad es la salud. La salud no es ausencia de enfermedad, es autenticidad, es transparencia, es honestidad, es integridad, es capacidad de escuchar, es capacidad de resonancia.
Pero si yo soy un instrumento, si soy un canal de comunicación, ¿qué ocurre con ese canal? Para que ese canal pueda transmitir su mensaje, para que pueda dar su luz, es necesario que ese canal tenga potencia, que tenga volumen, que tenga un potencial. Por eso, para sanar la vida, para volver a vivir, tenemos que rescatar nuestro potencial interior, y tenemos que conocer ese potencial interior. Porque yo solo tengo aquello que conozco, lo que no conozco, realmente no lo poseo. Poseer no es poseer afuera, poseer, es poseer adentro. Poseer con el intelecto, con el sentimiento, y ese poseer, es el poseer del sabio. El conocimiento es la estrategia de la máscara, de la apariencia, de la personalidad; la sabiduría es la estrategia del alma, cuando no solo conozco intelectualmente, sino cuando me conozco. Cuando yo me sé, cuando yo soy como yo soy, ni bueno ni malo, pero absolutamente único, ni mejor ni peor, pero irrepetible, no tengo necesidad de competir. El conocimiento solo y exclusivista nos lleva a un mundo de competencia. La sabiduría tiene una nota clave que se llama compartir y, compartir, quita los infartos de la relación que han sido producidos por el apego.
El apego es amor con miedo, es amor temeroso, es amor posesivo, es amor que no libera, y el amor que no libera no es amor, porque la nota fundamental del amor es que nos amamos para liberarnos. Nos amamos para mejorarnos. Nos amamos para que, cuando tú pases por mi vida, siempre te vayas mejor de lo que viniste, y me dejes a mí, también, mejor que cuando llegaste. Nos amamos cuando al separamos, con esa separación, no entendemos una ruptura de la relación, sino que nos quedamos, en el corazón, plenos del otro, cuando se va. Nuestras relaciones están llenas de miedo y de culpa porque son relaciones de apego, y son relaciones de apego porque tenemos una cultura de dependencia.
No nos educaron siquiera para la independencia y mucho menos para la libertad. Nos han educado para depender y la cultura de la dependencia tiene siempre un condicionante. Tú tienes que ser “como…”, o “mejor que…”, o “igual a…”, siempre tienes un condicionante exterior. Tú no puedes ser como tú, porque ser como tú es pecado, tu rebeldía es pecado, tu creatividad es pecado, tu autenticidad es pecado.
Tú tienes que ser como papá, como mamá, como dicen los profesores del colegio. Pero, ¡Ay de ti! , si eres como tú eres, si das tu propia nota, porque cuando das tu propia nota te crean un sentimiento de culpa, o te crean un sentimiento de vergüenza. Y los sentimientos de culpa y los sentimientos de vergüenza, son como filtros interpuestos a nuestra visión del mundo. Hay una nota clave para sanar la vida y es entender que el mundo no es lo que creemos que es. El mundo es contextual, el mundo es relativo en el nivel de las partículas subatómicas. Si yo observo una partícula subatómica cambio la partícula, el observador transforma al observado. Si yo observo una onda como una onda, es una onda, y si observo la misma onda como partícula, es una partícula.
De tal manera que, aún en el mundo de la microfísica, el observador recupera el centro, el observador es el centro del mundo. El centro del mundo no es mi papá ni mi mamá, es mi papá y mi mamá en el interior del corazón, sintetizado y conjugado en una sola unidad energética. No es cierto que “tú me completas”, yo ya soy completo. Tú me enriqueces, me das tu luz, única y total, y yo te doy mi luz, pero no estamos aquí para complementarnos o para completarnos. Estamos aquí para ser y cuando somos, somos la totalidad, y cuando yo soy lo que soy, soy uno contigo y soy uno con el Universo y rescato esa dimensión de integridad que va a ser la nueva ética de las relaciones humanas. Veremos que ya no nos sanaremos tanto con la química como con la farmacopea de valores espirituales, concebidos para relacionarnos cotidianamente, no valores trascendentes sino valores inmanentes.
Jorge Carvajal Posada