Hoy es domingo de resurrección. Hoy el mundo entero se ha detenido, como si una fuerza mayor a nuestra pequeña voluntad humana, hubiera elegido con infinito amor mostrarnos que morir es condición de renacer y renacer es condición de la vida abundante.
Todo pasa por períodos de muerte, es la definición misma de Vida. Si no morimos a la condición de hijos, no seremos adultos; nos quedaremos en huérfanos o mimados. Si no morimos a la idea de que valemos según lo que otros digan, nos quedaremos en la esclavitud del complacer, el aparentar o el comprar afecto. Si no morimos a la idea de que tener es la vía de la felicidad, permaneceremos asidos por todo lo que asimos, condenándonos a sufrir por lograr y a sufrir por perder.
Podemos darle la espalda a los períodos de pérdida-muerte porque les tememos o nos duelen; en ocasiones la estrategia funciona y ganamos tiempo ( a saber que hacemos con él ). Si seguimos igual, la vida nos enviará un desafío similar ( amorosamente insiste en que aprendamos). Si volvemos a darle la espalda la estrategia deja ya de funcionar y la pérdida es más dolorosa de lo que hubiera sido la inicial.
También podemos no darle la espalda, podemos confiar en que todo pasa para algo, todo. Absolutamente todo es bueno si sabemos mirar y mantenemos la apertura suficiente, durante el tiempo suficiente. Eso es clave. Si el miedo, el dolor o el enfado nos cierran, nos perdemos el tesoro que esa muerte, esa crisis, ese cambio nos deparaba. La vida no pide que lo veamos de inmediato, casi nadie casi nunca ve cuando la crisis está en su apogeo. Lo que ella pide, es que confiemos, que no nos cerremos, que dejemos una rendija para que la luz pueda colarse. (Expresión de Rumi, claro).
Hoy es domingo de resurrección. Mañana 13 de Abril, hace un año que nací por segunda vez… “La caída fue sobre el cemento. El hombro como un soldado fiel, se interpuso impactando primero, para proteger el templo. Aun así crujió el cráneo, quebrando por dos partes el temporal derecho pese a que la clavícula había cumplido su misión, quebrándose en tres. Y llegó lo imposible. ¿Como fue posible que mi tórax delgado aguantara, tendido sobre el cemento, la caída del caballo que al resbalarse me había tirado? ¿Qué ángeles nos protegen? ¿Como pudieron siete costillas fracturarse, sin perforar pulmón, ni corazón? Se comportaron como un lobo de colmillos afilados que abierta la fauce y en plena posesión de su potencia, no muerde. ¿Qué o quién estaba allí, para disuadirlo? ¿Y las vértebras, como pudieron no aplastarse, ni desplazarse?”
Mañana hace un año y cada día ha sido vivido como lo que es, un regalo. El dolor físico me ha acompañado y me acompaña, pero sé que se irá.
Desde esta experiencia les invito a vivir nuestra caída colectiva, como otro milagro. También ahora hay ángeles que nos acompañan, visibles e invisibles. También ahora podemos ser el ángel que otros necesitan. No hay imposibles para la vida; sólo los hay para nuestra visión limitada.
Dejemos la rendija abierta,
para que la luz pueda colarse.
Entrará.
Dejemos la rendija abierta
para que la luz pueda salir.
Saldrá.
Permitamos a la luz
encontrarse con la luz.
Se multiplicará.
ISABELLA DI CARLO